Lamía la punta
de los cuchillos,
y se repetía, y
nos balbuceaba
- el cero es el
principio y el final-
Nadie da
importancia a los absurdos,
a los derrumbados
que duermen junto al camino supuesto.
No sabemos escuchar
otra frecuencia.
Era un hombre
que amaba sus cadenas.
Era una mujer
que perdió su peinete.
De peones a
alfileres.
Eran cerca de
las seis y tenía globos por comprar.
-Los dados ya no
están en la mesa- nos grita, al despedirse,
-¡Juega o te
jugarán!-
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