El espacio habla. Nos dice por dónde debemos ir.
¿Hasta dónde podremos llegar?
Silencio. Un ermitaño, se levanta junto al albor del día todas las mañanas.
Escribe sobre lo que considera que debe escribir. Sus musas y sus fantasmas (depende del día) le dictan al oído -como Alá a Mahoma, como Dios al Moisés- las glorias y calamidades del mundo moderno.
El asceta se juega la posibilidad de una vida fácil en cada trazo. Guarda sus escritos entre viejos libros que algún día alguien abrirá. Separa ciertas letras en sus bolsillos, para repartir al bajar a la urbe y repartir en los subtes.
Ha separado una hoja blanca, escrita a trazo grueso. Al acercarse a la primera pared libre de la abarrotada ciudad, pega su hojita con cinta de papel marrón, cuidando de no tapar su mensaje,
“¿Dónde irás cuando los pájaros dejen de cantar?”
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