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En la madrugada del sábado, volviendo a mi casa, intentaron asaltarnos y golpearnos (estaba junto a un amigo) en pleno Caballito. Estoy bien, pude defenderme por suerte, sólo me hicieron un pequeño corte en la ceja cuando estaba intentando hablar con uno de ellos, un golpe que no pude desviar del todo. Mi amigo también está bien, recuperándose.
Pienso: habían obtenido lo que querían, el dinero (la billetera de mi amigo les había dado más que suficiente, se los aseguro). Quizás, lo necesitaban para comer. Pero, entonces, ya lo habían obtenido. Y vinieron por más, querían más, querían todas mis cosas, cosas que no les di. Querían descargarse, quizás. O, tal vez, sólo querían hacer lo único que les han enseñado a hacer.
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La violencia genera violencia: sea aquella la de un pibe chorro o la de un ciudadano cualquiera, la ejecutada por un policía o la de un político - aunque estas dos últimas sean cualitativamente diferentes, por las herramientas que poseen y el rol que admiten cumplir-.
El odio deriva en más odio. Y -es difícil admitirlo- sólo está en nosotrxs, en el fondo de nuestros actos, el responder al odio de otra manera. Ninguna condición justifica la violencia. Sólo somos responsables de nuestros actos.
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Las que me ayudaron, las que curaron luego mis heridas, todas las que intervinieron aquella noche fueron mujeres. Sólo mujeres.
La cobardía, la violencia, la indiferencia, vino de los hombres. Todos hombres. De hecho, todo sucedió en el predio de una estación de servicio, en la cual los empleados (hombres) se habían encerrado, viendo desde su interior, el espectáculo.
En otras épocas, los hombres iban al campo de guerra y las mujeres eran sus enfermeras, sus viudas, sus esperanzas; las que salvaban, las que curaban. Hoy, aquello parece no haber cambiado demasiado en nuestra moderna vida urbana, excepto que hoy, estamos -todxs- en el mismo predio.
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Lo reitero: ninguna condición justifica la violencia; es que, ¿alguien lastimado, tiene derecho a lastimar?, ¿dónde termina el golpe, cuando todos los brazos golpean?, ¿dónde finaliza el dolor, si permanentemente se abre la herida?
Ojo por ojo, todos quedamos tuertos. No hay cauce en la venganza, ella se alimenta a sí misma, como un veneno que no deja de arder.
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"Sobre la violencia" - Collage de papel sobre papel |
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